domingo, 14 de junio de 2009

Allí quedamos, allí acabamos.

Eran las 7.
Esa mañana me levanté escuchando una canción que me situó en la España del 92. El “amigos para siempre” de Los Manolos sonaba en mi radio despertador y me volvió a recordar que hace tres años que no visito Madrid. Apreté el botón de off y la voz de la locutora española dejó de explicarme el gran año que vivimos en esa época de olimpiadas a la vez que me levantaba dubitativo y con resquemor.
Nueva York amanecía con un azul espectacular, el sol empezaba a entrar por mi ventana con gran fuerza para decirme que un nuevo día en la oficina me espera. Abrí la ventana, la cuarta si la cuentas desde la calle hacia arriba, y me asomé, el aire se partía en mi pecho. Frente a mí el poderío del mundo, allí estaban ellas junto a sus pequeños hermanos.
Todavía me acuerdo de cuando eran rojizas como el caparazón de un cangrejo.
En ese momento entré en el baño para darme una ducha. Mi cuerpo estaba palpitante mientras el agua helada y poco a poco templada caía en mi cabeza pensando en la noche de tu llegada. ¡Había quedado contigo a las 9 en el “Windows on the world” para desayunar!.
Miro el reloj, los cada vez menos segundos me decían que mi puntualidad iba a quedar en entre dicho así que bajé corriendo las escaleras con la corbata en la mano y agarré todo lo necesario que encontraba a mi paso mientras mis ganas de volver a verte me tiraban de una manera imparable.
Tu viaje, corto pero intenso acababa hoy y volvías a la nación que me vio partir con lágrimas y desenfreno. Paré un taxi, le di las coordenadas y mi boca pronunció sutil y secamente “to the WTC quickly!”.
Eran las 8.05, en quince minutos estaría en el donwtown, el lugar donde quería poner el broche final a cuatro días mágicos y en un lugar idílico que te guardaba para el final y el cual no habías visitado aun. Miré por la ventana y entre los tirantes que vestían el puente de Brooklyn se asomaba “mi gran manzana”, un lugar pequeño e inmenso a la vez donde ocho millones de almas duermen poco y comen regular mientras los veintiuno de alrededor los miramos con tranquilidad.
Sin darme cuenta estaba pagando al conductor, me bajé en West St. Y me dirigí a la fuente que se situaba majestuosa en el centro del complejo. La Esfera de Fritz Koening es algo de lo que siempre me acordaré tras mi llegada a la ciudad. Me deslumbraba con su reluciente color bronce tras el sol que dejaban pasar estas dos columnas del cielo. Ese momento me movió del mundo, ni siquiera las cincuenta mil personas que allí estaban llegando me inmutaban.
Son las 8.27 de este bonito día de septiembre. Entré en el hall del edificio uno, tras mirarme en los gigantescos ventanales de la entrada, y corrí al ver que el único ascensor que había abierto se iba a cerrar con un hueco ideado para mí.
20, 40, 49, 62, 90, 101 y ¡clin! 107, mi planta. Supuse que había unas veinte personas dentro pero no presté ni la menor importancia y eso que el ambiente de silencio brillaba por su ausencia como podría suceder en el ascensor vecinal. Reuniones, desayunos y los últimos cotilleos televisivos resonaban fuerte entre el bullicio mañanero.
¡En menos de cinco minutos estábamos ciento siete veces sobre el suelo!
Salí y me dirigí a una ventana de las miles que forman este coloso y noté la sensación de volar al mirar por encima del resto de la ciudad como ya había hecho otras veces y miré el reloj de nuevo, eran las 8.40 , la misma que marcaba mi teléfono móvil en el cual tu nombre parpadeaba en la pantalla. Apresurado cogí la llamada y tu voz me saludaba por cuarto día consecutivo.
Tras un suspiro, pregunté que a qué se debía la llamada y me explicaste que el metro estaba parado entre las estaciones de Sprint St. Y Canal St. Por lo que tardarías un poco más en llegar. En ese momento, despreocupado por la situación tras la confirmación de asistencia por tu parte me dirigí al restaurante. Con tu voz en la oreja me hablabas de que el metro volvía a moverse y el gran reloj redondo de la barra marcaba las 8.45 cuando…
… cuando algo sucumbió mi vida. Ante mi ausencia telefónica empezaste a gritar mi nombre que ya yacía en el seno de tu conciencia.
Mi silencio te colgó para siempre.

http://www.youtube.com/watch?v=xolEVlAyHR0&feature=channel_page