sábado, 2 de febrero de 2013

El otoño encubierto

Antes de nada, ponle un fondo musical.

Hace mucho que no escribo pero me apetece, y me apetece por ti. Curiosamente voy de camino a casa, en algún lugar titulado por Antonio Machado. Sabes, no había vuelto desde que te abracé por última vez cuando te fuiste a buscarte la vida. Voy escuchando la radio, Nena Daconte pone el fondo, el estribillo es mío.
Me alegro tanto, algo tan sencillo y esperanzador. Desde que hablamos por Skype me acuerdo más aun de ti, igual por lo paralelo del momento, y puede que también por recuperar momentos de etapas pasadas.
El mundo avanza y aquí seguimos tú y yo, mirándolo, a veces intentando saltarlo o tocarlo con la yema de los dedos pero, sobretodo, guardando nuestro querer.
Sinceramente y sino me queda recargado, creo que la luz esa que vemos al final de un túnel cuando más lo necesitamos es un café, un juego de palabras fácil que me hace adorarte más. Un lugar pequeño en el centro de Madrid, con olor a bohemio y color del fuego de una chimenea es lo que me viene a la cabeza cada día. Como es el destino, de caprichoso dirán algunos. Yo creo que le hemos caído bien y que simplemente a las buenas personas y soñadoras trata de tenerlas contentas, dualmente mejor que mejor.
No recuerdo si esto tiene banda sonora pero si historia... en 2007 podíamos ser uno, vivíamos ajenos al futuro, alargándonos la vida con cada sonrisa. Cinco años después, la vida nos ha bajado a la Tierra y nos hace valorar intensamente nuestros segundos.
Te escribo porque estas viva, porque las cosas cambian menos las verdaderas amistades. Porque los sentimientos van y vienen pero las conexiones nunca mueren. Porque llegamos para quedarnos en el destino de cada uno y porque somos los únicos cuerdos de nuestro alrededor. Nos necesitan.

Recuerda... estas allí, estoy aquí, pero estamos.
El otoño encubierto.

Julián Castillo Cañizares

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